lunes, 16 de marzo de 2009

X

Mientras expones el corazón desgarrado o confiesas las fechorías que conllevaron al rompimiento, comienza a conjurarse tu traspaso hacia la etapa post-relación, aquel periódo en el que tras balances contradictorios, entrañas patas arriba, se arroja un veredicto: mi ex fue un cretino, ó mi ex fue un 'bacán', pero las cosas simplemente no 'se dieron' (porque él no podía amar a alguien con un alto coeficiente intelectual como el mío, claro).

Es en este instante, después del adiós o los adioses (si permanecieron amantes por un tiempo), en el que pones pie en el réquiem.


Allí el tiempo sigue su curso mientras celebras el reencuentro con la soltería. Vacilas unas cuantas veces, comienzas de nuevo y expones tu personalidad y atributos a ese mercado de los sin-pareja. Y te va muy bien. Y te va muy mal.


Meses o años después, irrumpen esos familiares ojos marrón mientras caminas por la calle. Tu ex se abalanza y recibes un abrazo efusivo. En retorno brindas una amplia sonrisa (y tu día había sido una mierda), y te autorecriminas por no haberte puesto ese matador abrigo negro -esconde-gorditos.

El ex ahora prosigue a compartir historias que resaltan el éxito en sus estudios, ese magnifico empleo y esa inteligente, delgada y guapa chica que ahora lo desvela. La conoció en el supermercado cuando la relación contigo iba rumbo al infierno. Ella es más cariñosa y paciente que tú, comenta. Sonríes. Y a ella sí le gusta ver todos los partidos de la Champion League. Sonríes de nuevo.

El amor propio pasa por momentos distintos mientras conversas con el ex: el shock inicial de ver que él está feliz (tu ego había asegurado que jamás lo lograría sin tí), golpeado por un sentimiento de vieja camaradería y alivio al reconocer que genuinamente te alegras por el bienestar de aquel que llamaste, hace mucho tiempo, amor.


Esto solo puede indicar una cosa: has madurado. Eres una mujer civilizada, sin rencores, sin remordimientos, y en el presente envuelta en una nueva historia con un pervertido sexual guapísimo. Estás emocionada. Felíz. Mariposas revolotean por el nuevo chico de acento extraño que te hace perder la cabeza en un segundo. Y a eso ahora hay que sumarle que tienes un amigo cómplice más: el ex.


Qué bien.
Pero, ¿Quién es este ex ahora convertido en un simpático amigo?


Es el que conoce ese gesto que haces con la nariz cuando odias algo; el que recuerda tu alergia producida por el broccoli; el que sabe que en secreto lees Cosmopolitan, adoras a Trotsky, no sabes qué carajos es la fotosíntesis, prefieres estar encima, lloras en invierno, y que ese colorido tatuaje no fue hecho en un viaje a la India buscando una espiritualidad plena, sino fue el resultado de una noche con copas de más.


Sin embargo, cuando se trata del ex, lo fundamental siempre se calla. Lo callas. No cuentas que hacía él siempre habrá una tensión sexual fuertemente autoreprimida, pero inagotable. No admites que seguirá existiendo esa atracción después de los balances hechos de aquella relación. No confiesas que se buscarán nuevamente en unos años, guíados por lo que siempre los tentó, cuando ya no importa porqué acabó todo, cuando ya no es necesario tener ilusiones ni promesas ni planes, y se hayan olvidado los viejos reproches.

No hay comentarios:

Publicar un comentario