sábado, 28 de marzo de 2009

Olvido

Recuerdo que mientras lloraba una madrugada, pensé 'Ahora lo sé. Qué mierda. Ahora sé lo que se siente'. Se había desmoronado lo que creímos invencible. Era culpa de él. No, era culpa mía. Y finalmente, no eramos culpables. Nos habíamos botado de cabeza, apostando a ganar, y salímos destrozados, cargando infinidad de reproches y revisiones inutiles.
Cuando salió el sol todo dolía, hasta las pestañas. Se habían esfumado las ilusiones y no podía hacer nada. Durante horas recogí pedazos esparcidos del ego herido. Desarmaba nuestra historia, para luego volverla a componer y agregarle finales distintos. Pronosticaba que el proceso de recuperación sería una lenta tortura.
Aún no lo sé.
Pasó aquella madrugada y olvidé lo que vino después. No recuerdo vivir las semanas que le siguieron a ese brutal adiós. No recuerdo las veces que seguramente lamenté o añoré todo. No recuerdo la última vez que lo ví, tampoco las últimas palabras. Tal vez haya sido el trabajo del subconciente para adormecer las heridas. Como parte de mi infancia, que aún no logro recordar.
Han transcurrido pocos meses desde el rompimiento, y los juegos en mi cabeza me hacen sentir que pasaron diez años. Trata de embargarme la melancolía, pero no consigo tener recuerdos completos para sentirla de lleno.
Existen vacíos e incoherencias en la secuencia de la historia al tratar recobrarla en mi mente. No hallo la emoción de ese entonces, no hallo la rabia, la tristeza y la terquedad que me debió acompañar.
No recuerdo lo que se sentía.

jueves, 19 de marzo de 2009

Algunas noches


Muchas noches no he podido dormir pensando en las estigmatizaciones que hacen que incluso ser feminista deba vivirse de una manera determinada. He tenido pesadillas con las imágenes de lo que según algunos y algunas debe ser una buena feminista, como si la lucha de género se enmarcara en una sola dinámica, como si existiera un objetivo “correcto” o “definitivo”. Como si la idea de progreso lineal y univoco fuera posible.


En esos sueños perversos he visto a mujeres que pretenden ser hombres, que pretenden suplantar la figura masculina, que quieren tener el control de todas las situaciones aún haciendo uso de la coacción y complicadísimas maniobras de manipulación. A ellas, las súper hibridas, en el mismo sueño las he visto llorar tras bambalinas y las he visto sucumbir frustradas ante su propia identidad.


Otras noches he sentido esperanza, he visto en ojos ajenos –muchas veces verdes- la añoranza del cambio, de la conquista de la identidad femenina, de lo propio, de lo interno; se ha despertado en mí la ilusión de pensar que las mujeres por fin vamos a entender que las reivindicaciones de género no se enmarcan en una única teoría, en una única mirada del mundo. Que vamos a saber que las revoluciones más poderosas son aquellas que se viven en nuestras propias relaciones sociales, en la manera en la que hablamos con nuestros amantes, en cómo vivimos nuestra sexualidad, en como leemos el periódico.


Por ahora espero que los ojos verdes y las otras chicas, reconozcan que este es un estilo de vida que se vive desde la individualidad y que si se toma debe ser portado con orgullo y dignidad para toda la vida, aún con el costo de tener que descubrir un camino propio.

miércoles, 18 de marzo de 2009

El feminismo, como el sindicalismo

Y nos sentamos en la sala de mi apartamento, discutiendo sobre pólítica, moda, lucha armada, familias, sindicalismo, educación y música.

Lanzábamos nuestras predicciones de las próximas elecciones, analizábamos las tendencias de futuras generaciones, mencionamos cómo el internet había cambiado las relaciones interpersonales, para luego llegar al terreno de críticas y autocríticas del feminismo y los principios de equidad que defendemos ó decimos defender (fui tildada de ser del ala radical del movimiento).


Esto nos condujo a varias observaciones que vale la pena compartir antes de que se escape el momento. La lucha por la equidad de género no es una pelea de un puñado de mujeres con complejos sicológicos de inferioridad (alguna vez escuché esto de un señor en la audiencia, en el lanzamiento de un libro en Bogotá. La obra trataba la participación de la mujer en la política y sindicalismo). Es un esfuerzo de mujeres en distintas latitudes que su deseo de expresarse, de contribuir, de contar, 'prendió' esa llama y se atrevieron a soñar con ocupar lugares vitales, con tener voz y voto.


Las libertades y posibilidades que hoy tengo, que hoy tienen las mujeres que me acompañaron esta noche, se debe a inumerables historias de mujeres valientes que afrontaron señalamientos de todo tipo para conseguir sus espacios de participación y decisión que no son más que derechos. No les cayó del cielo, no se les concedió esas instancias porque sí. Y aquellas mujeres entregaron la bandera a nuevas generaciones, que nos debatimos entre el liderazgo femenino, o imitar patrones patriarcales para sentir que 'somos iguales'. Entre excluir al otro y abrazar nuestras diferencias. Entre el radicalismo y no hablar de estos temas. Es urgente conversarlo.


Nos preguntábamos, qué carajos se hizo el feminismo. Porque muchas mujeres le corren como si fuera la octava plaga y cual era la imagen de 'mujer' de nuestra generación. Concluímos que no teníamos una 'figura', un 'ícono' para un esfuerzo que no se puede acabar en las manos de nuestras abuelas.


Allí comprendimos que había que construir desde lo cotidiano ese feminismo de nuestros tiempos, y fue un alivio observar que de alguna manera lo estámos haciendo. Las presentes en la tertulia estaban en campos en los que se podía forjar mayor incidencia para cambios significativos. Su sola presencia confirmaba inherencia en esta generación que queremos empujar a ser más incluyente y equitativa. Porque seguimos soñando. Porque creemos que hay que contribuir a un mejor lugar. Así sea para las hijas de nuestras amigas (para las que no queremos ser mamás).


Hay que darle un aire fresco al feminismo, vientos de renovación para que mi prima de 14 años comprenda la fuerza de las mujeres que estuvieron antes y sienta un compromiso intangible hacia esa conciencia de equidad, que no se pierda entre modas y conformismos. Que tenga íconos, figuras, retórica y acciónes que hablen de una generación de mujeres con identidad, conciencia y fortaleza, abiertas al diálogo y promotoras del reconocimiento de la otra, del otro.


El feminismo, como el sindicalismo, debe transformarse según los nuevos retos, según los nuevos discursos que atacan su esencia, e ir de la mano con las mujeres de hoy. Porque sí hay desigualdad de género, sí hay violencía de género y existen escenarios en los que las mujeres no pueden competir en igualdad de condiciones. El feminismo no pide favores, exige respeto por derechos.


Y también sabemos que nada es regalado. Y estamos preparadas. Y nos seguimos preparando.


lunes, 16 de marzo de 2009

X

Mientras expones el corazón desgarrado o confiesas las fechorías que conllevaron al rompimiento, comienza a conjurarse tu traspaso hacia la etapa post-relación, aquel periódo en el que tras balances contradictorios, entrañas patas arriba, se arroja un veredicto: mi ex fue un cretino, ó mi ex fue un 'bacán', pero las cosas simplemente no 'se dieron' (porque él no podía amar a alguien con un alto coeficiente intelectual como el mío, claro).

Es en este instante, después del adiós o los adioses (si permanecieron amantes por un tiempo), en el que pones pie en el réquiem.


Allí el tiempo sigue su curso mientras celebras el reencuentro con la soltería. Vacilas unas cuantas veces, comienzas de nuevo y expones tu personalidad y atributos a ese mercado de los sin-pareja. Y te va muy bien. Y te va muy mal.


Meses o años después, irrumpen esos familiares ojos marrón mientras caminas por la calle. Tu ex se abalanza y recibes un abrazo efusivo. En retorno brindas una amplia sonrisa (y tu día había sido una mierda), y te autorecriminas por no haberte puesto ese matador abrigo negro -esconde-gorditos.

El ex ahora prosigue a compartir historias que resaltan el éxito en sus estudios, ese magnifico empleo y esa inteligente, delgada y guapa chica que ahora lo desvela. La conoció en el supermercado cuando la relación contigo iba rumbo al infierno. Ella es más cariñosa y paciente que tú, comenta. Sonríes. Y a ella sí le gusta ver todos los partidos de la Champion League. Sonríes de nuevo.

El amor propio pasa por momentos distintos mientras conversas con el ex: el shock inicial de ver que él está feliz (tu ego había asegurado que jamás lo lograría sin tí), golpeado por un sentimiento de vieja camaradería y alivio al reconocer que genuinamente te alegras por el bienestar de aquel que llamaste, hace mucho tiempo, amor.


Esto solo puede indicar una cosa: has madurado. Eres una mujer civilizada, sin rencores, sin remordimientos, y en el presente envuelta en una nueva historia con un pervertido sexual guapísimo. Estás emocionada. Felíz. Mariposas revolotean por el nuevo chico de acento extraño que te hace perder la cabeza en un segundo. Y a eso ahora hay que sumarle que tienes un amigo cómplice más: el ex.


Qué bien.
Pero, ¿Quién es este ex ahora convertido en un simpático amigo?


Es el que conoce ese gesto que haces con la nariz cuando odias algo; el que recuerda tu alergia producida por el broccoli; el que sabe que en secreto lees Cosmopolitan, adoras a Trotsky, no sabes qué carajos es la fotosíntesis, prefieres estar encima, lloras en invierno, y que ese colorido tatuaje no fue hecho en un viaje a la India buscando una espiritualidad plena, sino fue el resultado de una noche con copas de más.


Sin embargo, cuando se trata del ex, lo fundamental siempre se calla. Lo callas. No cuentas que hacía él siempre habrá una tensión sexual fuertemente autoreprimida, pero inagotable. No admites que seguirá existiendo esa atracción después de los balances hechos de aquella relación. No confiesas que se buscarán nuevamente en unos años, guíados por lo que siempre los tentó, cuando ya no importa porqué acabó todo, cuando ya no es necesario tener ilusiones ni promesas ni planes, y se hayan olvidado los viejos reproches.

viernes, 13 de marzo de 2009

Lo que vale


Dicen que lo que vale es lo que llevas dentro.
Pero hasta que tenga serias garantías que es cierto, me estoy aplicando por las mañanas un poco de My first wrinkles smoothing creme de Dior.
El diccionario me indica que eso traduce: Mi primera crema antiarrugas.

jueves, 12 de marzo de 2009

El pan de cada día



Y sentada en la cama, justo después de que el tipo se ha despedido y me ha agradecido según él, los maravillosos momentos que pasamos juntos… llego a la misma conclusión de siempre: los manes son una mierda y yo soy un desastre.

Si si, también es mi culpa. Siempre tomando decisiones apresuradas que se convierten en verdugos de mi cotidianidad; siempre jugándome en peleas sin sentido… dando papaya. ¿Qué queda después de esto? Pues ni mierda, sólo desesperanza y soledad, la angustia de tener que volver a empezar, de lavar la ropa sucia en silencio porque de alguna manera es el costo que se tiene que pagar por haber decidido vivir la vida sin pedir permisos, transgrediendo… y si, siendo mujer.

Lunes, regresa la rutina… sola, un nuevo amante me espera en alguna red social.

lunes, 9 de marzo de 2009

No dejan que les corran el pasador

Decidió que ajustaría un poco hacia arriba uno de los pasadores del reloj de su amiga mientras esta se encontraba inmersa en un discurso a favor de la poligamia. Ya habían tenido esa conversación al menos una decena de veces.

La maniobra era facil, sutil y rápida. Simplemente correría unos milímetros el pequeño pasador, aprovechando que la mano izquierda (en la que su amiga lucía el reloj), descansaba tranquilamente sobre la mesa de aquella cafetería francesa.

Cuidadosamente así lo hizo.
Sin embargo, de manera instintiva, la mano derecha de su amiga se abalanzó sobre aquel pasador y lo corrió hacia su posición anterior, sin perturbar su intervención sobre lo aburrido que es la monogamia.

Motivada por la curiosidad, quiso nuavemente correr aquel pasador un poco, en dirección hacia abajo y una vez lo hizo, sucedió exactamente lo mismo: los dedos de la mano derecha de su amiga reacomodaban con rapidez aquel pasador a su ubicación original.

Lo intentó una tercera vez y observó la reacción idéntica de su interlocutora, que para esa hora ya había convencido a la otra chica que las acompañaba que dejara a su novio, al que tildaba de 'sicorigido'.
Sentía que debía interrumpir. Entre tanto, su amiga avanzaba: "Y mira, todos los hombres quieren imponer, quieren controlar, no están dispuestos a ceder en nada".

No aguantó más. "¡Si tu ni siquiera dejas que te ajusten el pasador!

Arrojó un billete sobre la mesa y se dirigió hacia la puerta, mientras las dos chicas la veían alejarse con mirada confundida.